¿Es posible que un país formalmente dolarizado, como
el Ecuador, enfrente problemas de sobrevaloración o subvaloración de su moneda
de curso legal? Esta es una pregunta que quizás no nos hemos planteado; no obstante, la respuesta
es definitivamente afirmativa y, me parece, va siendo momento que nos
preguntemos no solamente ello, sino también cuáles son las alternativas de
solución a un problema de este tipo en medio de la dolarización; y, si como
sociedad estamos dispuestos a aceptar los costos de esa solución con tal de
permanecer dolarizados.
En los siguientes gráficos puede apreciarse la
evolución del índice de tipo de cambio bilateral real [1]
a partir de enero de 2000 y hasta noviembre de 2016, con cuatro de los países
que tienen mayor comercio con el Ecuador, en base a las cifras publicadas en el
boletín de Información Estadística Mensual del Banco Central del Ecuador (BCE).
En el caso del Brasil existen las cifras correspondientes únicamente a partir
de 2005:
ÍNDICE DE TIPO DE CAMBIO BILATERAL REAL DE CADA PAÍS CON EL
ECUADOR
Se aprecia, en primer lugar, en el caso de los países
con los cuales hay información desde el año 2000, que al iniciar el período de
dolarización formal, la recientemente adoptada moneda de curso legal se
encontraba fuertemente depreciada, como producto de la sobredevaluación
implícita en el tipo de cambio establecido para la conversión de sucres por
dólares (S/. 25.000 = US $ 1), lo que generó un fuerte beneficio para las
exportaciones y un desestímulo para las importaciones. Ello, si bien retrasó la
reducción de la inflación en el país, permitió que el aparato productivo
nacional se acople a la nueva realidad monetaria sin que se genere desempleo, produciendo
más bien el efecto contrario; y, aún más, pudieron superarse sin sobresaltos
los efectos de la apertura comercial, al salir de un período de evidente
represión de importaciones, evidenciado en el superávit de balanza comercial
logrado en 1999, que alcanzó a US$ 1.665,2 millones.
Luego, vino un período de acople de la economía
nacional a la nueva situación monetaria, que se podría decir duró hasta
mediados de 2003; en éste fue desapareciendo gradualmente la ventaja cambiaria
hasta estabilizarse en torno a 100 la relación con los Estados Unidos de
América, situación en la que permaneció hasta el año 2010.
En la relación del tipo de cambio bilateral real con
Colombia, se aprecia mucha volatilidad en función de los cambios importantes en
la cotización del peso colombiano, lo que no ocurre con Perú que observa
relativa estabilidad cambiaria en el período.
A partir de 2011 y más claramente desde 2013, la
tendencia es totalmente consistente en todos los casos: se produce una
apreciación real del dólar que usamos en el país, la cual es muy profunda
principalmente con respecto a Colombia y Brasil.
A noviembre de 2016 el índice del tipo de cambio
bilateral real con Colombia alcanzó a 66,95, lo que quiere decir que en
promedio un producto que en el Ecuador cuesta US$ 100,00, en Colombia costaría
US$ 66,95, ocasionando una fuerte barrera cambiaria para exportar a ese país y
facilidades para importar de él. Con Brasil este índice a la fecha indicada
llegó a 71,63, con Estados Unidos de Norteamérica a 80,00 y con Perú a 86,13,
lo que pone de manifiesto las dificultades cambiarias que enfrenta el comercio
exterior ecuatoriano.
En buena medida el comportamiento reseñado ocurrido en
los últimos años obedeció al fortalecimiento del dólar en los mercados
internacionales, de allí que las autoridades del país manifiestan repetidamente
que la evolución de la cotización del dólar ha sido uno de los elementos que
más ha afectado a la economía nacional, lo cual podría ser cierto si no habría
sido precedida de un largo período de debilitamiento frente a las otras monedas
y commodities, en el cual debieron implementarse las medidas requeridas para que
el Ecuador gane competitividad y con ello se encuentre preparado para enfrentar
el predecible período de apreciación.
Por el contrario, a través de decisiones de política
pública se incrementaron los costos de producción en el país por encima del
crecimiento de la productividad, hasta traernos a la situación actual, por
ejemplo a través del deterioro del nivel de riesgo país y su incidencia en el
costo del financiamiento, el incremento de la carga impositiva, de
costos de los insumos importados (salvaguardas) y de la mano de obra.
La
evolución reseñada no es común al resto de países dolarizados. Por ejemplo,
mientras que entre el año 2000 y el 2016 el índice de tipo de cambio bilateral
real del Ecuador con Estados Unidos de América varió de 220,5 a 80,0, en El
Salvador en el mismo período la variación que se produjo fue mucho menor, al
oscilar entre 99,44 y 92,84, como se aprecia en el siguiente gráfico. Ello
denota que durante el indicado lapso de tiempo, con un manejo económico
distinto se pudo lograr una pérdida de competitividad sustancialmente menor a
la ocurrida en nuestro país e inclusive se habrían podido alcanzar mejoras en
el índice en los últimos cinco años.
Evidentemente en la circunstancia por la que está atravesando el Ecuador, la solución no es incrementar más los costos de producción, conforme ofrece alguno de los candidatos que está terciando para las elecciones presidenciales, pues ello solo generará más desempleo y problemas de balanza de pagos.
Evidentemente en la circunstancia por la que está atravesando el Ecuador, la solución no es incrementar más los costos de producción, conforme ofrece alguno de los candidatos que está terciando para las elecciones presidenciales, pues ello solo generará más desempleo y problemas de balanza de pagos.
Pero la intención de este análisis no es política,
sino que se circunscribe al ámbito económico, en el que pretendo poner en el
centro de la discusión al tema de la falta de competitividad. El fundamento
para ello se encuentra en que mientras no se solucione el problema de la falta
de competitividad de la producción ecuatoriana, no es probable que llegue
inversión, extranjera o nacional, para instalar industrias o producciones
agrícolas, no será posible desarmar la protección arancelaria y pararancelaria
construida en los últimos años y, finalmente, no será posible atraer turismo en
la escala que necesita el país para generar empleo.
Esta falta de competitividad mantendrá elevado y con
tendencia creciente el desempleo y subempleo, mantendrá elevado el índice de
precios en el país y mantendrá baja la demanda agregada.
Pero entonces ¿qué se puede hacer al respecto? La
respuesta es evidente, hay que bajar los costos de producción, hay que
desinflar los precios en general y con ello mejorar la
competitividad, volver a la real situación de nuestra economía y no vivir en
medio de espejismos.
Decirlo es muy fácil pero implementarlo ya no lo es.
Los costos de producción no se desinflan por arte de magia; por el contrario,
tienen serios efectos para toda la población; pues, por ejemplo, hay que pensar
en poner en marcha un muy serio programa de flexibilización laboral como
alternativa al desempleo, reducir costos que afecten a todos o la mayoría de
los procesos productivos, como puede ser los relacionados con la energía
eléctrica, con el consiguiente efecto fiscal, disminuir impuestos, con efectos
similares, etc.
En un país con moneda propia la recomendación de
consenso sería devaluar, pero sabiendo que eso no está al alcance, hay que
pensar en alternativas viables, que protejan el interés generalizado de la
población del país de mantener al dólar como moneda de curso legal. Ese es el
reto para los economistas y hacedores de política económica, actuales y
potenciales.
Tomando en cuenta que estamos a puertas de una
elección presidencial, convendría conocer si los candidatos y sus equipos
económicos valoran adecuadamente esta problemática y tienen alternativas
válidas de solución.
[1] El índice de tipo de cambio bilateral real es definido por el Banco
Central del Ecuador (https://www.bce.fin.ec/index.php/component/k2/item/776
p. 105) como la relación entre los índices de tipo de cambio nominal de Ecuador
y del país con el cual comercializa el Ecuador, deflactado por el índice de
precios doméstico y ajustado por el índice de precios del socio comercial
extranjero.
Un aumento del índice significa
depreciación real, mientras que una disminución muestra una apreciación
real.